jueves, 25 de noviembre de 2010

Kevin Warkick

kevin warwick

(Entrevista a Kevin Warwick, publicada en la revista Muy Interesante del mes de setiembre)

A Kevin Warwick no le cabe la menor duda: algún día, en un futuro no muy lejano, todos llevaremos microchips implantados en nuestro organismo. Con ellos, podremos explicar, sin necesidad de palabras, nuestros sentimientos, un recuerdo o una nueva idea a nuestros compañeros de trabajo. Seremos capaces de comunicarnos mejor con nuestra pareja; adiós a los malosentendidos y a las broncas por malosentendidos. También mejoraremos nuestra memoria, aprenderemos un nuevo idioma en cuestión de horas, aumentaremos hasta límites increíbles nuestra capacidad para almacenar datos y podremos enchufarnos directamente al ordenador y bajarnos toda la información que necesitemos o “actualizar” nuestro cerebro.

Warwick es profesor de cibernética de la Universidad de Reading, en Inglaterra, y siente tal fascinación por los robots que lleva más de 15 años dedicado a investigar cómo un entresijo de chips puede mejorar nuestras limitaciones y potenciar nuestras capacidades. Incluso se ha utilizado a sí mismo como conejillo de indias y se ha convertido en protagonista de algunos de los experimentos más revolucionarios en esta área de la ciencia. En 1998 se convirtió en el primer hombre-máquina.

Quiero ser un ciborg. ¿Puedo?

¡Claro! De hecho, cada semana acuden a mi laboratorio entre 10 y 12 personas que quieren entrar a formar parte de mi investigación, que quieren que les haga un implante, que quieren experimentar.

¿Y qué hay que hacer?

¡No es tan sencillo! Hay muchas consideraciones éticas a tener en cuenta. De hecho, todas y cada una de las cosas que hacemos requieren que un comité ético las apruebe. Algunas personas acuden a mí para que las ayude; sufren alguna enfermedad, o una parálisis y creen que un chip solucionará sus problemas. A veces también nos visita gente con problemas mentales, que creen que alguien les ha implantado un chip que los está volviendo locos y quieren que yo averigüe dónde está y quién ha sido. Sin embargo, en la mayoría de los casos, ese chip no existe.

En 1998 te convertiste en el primer ciborg de la historia

Sí, me implanté un chip en el antebrazo.

¿Para qué servía?

Pues para cosas muy sencillas, como identificaciones. Era un trasmisor de radiofrecuencia que me implanté en el brazo y que utilizaba para controlar las puertas, las luces y la temperatura.

Pues no le veo demasiada utilidad.

¡Pues la tiene! Piensa en personas con discapacidades o que sufren epilepsia: los implantes pueden contener información sobre la medicación que necesitan, de manera que si sufren un ataque, al llegar al hospital, el médico pueda saber qué tratamiento seguir, por ejemplo. Después, en 2000, me implanté en la muñeca un artefacto bastante más complicado, que tenía más de un centenar de electrodos conectados con mis nervios y con los que podía controlar una mano robótica a distancia que reproducía mis movimientos.

Y hay muchas más aplicaciones; hace poco, de hecho, me implanté un electrodo en el cual unía mis sistema nervioso a un ordenador. Ese experimento estaba más en la línea de mi investigación en temas de mejoras de la comunicación y de ampliación de las capacidades humanas.

A tu mujer también lograste convencerla para que se hiciera uno.

Fue para un estudio sobre comunicación, que era, de hecho, el primer estudio sobre comunicación que se realizaba de ese tipo: nuestro objetivo era unir nuestros sistemas nerviosos eléctricamente. Y… eso es lo que hicimos. ¡Nadie antes lo había conseguido! Y nosotros fuimos capaces de llevar a cabo una forma muy básica de comunicación,  telegráfica, de sistema nervioso a sistema nervioso.

¿Qué sentíais?

Cuando mi mujer movía una mano, mi cerebro recibía un impulso eléctrico y reconocía que aquello era mi mujer que me estaba enviando una señal. Así que cada vez que sentía el impulso, me decía “Ah, es mi mujer”.  Nuestros cerebros se pueden adaptar, son unos aparatos sumamente inteligentes capaces de interpretar correctamente lo que pasa. Y aquella era una forma directa de comunicación. Mi mujer podía mover su mano y mi cerebro podía contar uno, dos, tres impulsos. De acuerdo, era una forma muy básica, telegráfica, de comunicación, pero era comunicación de cerebro a cerebro, de sistema nervioso a sistema nervioso.

Pero, ¿por qué quieres convertirte en un ciborg?

Por dos motivos: por un lado, tengo un interés meramente científico. Quiero probar la tecnología, ver de qué modo puede ayudar a las personas con discapacidades; que padecen, por ejemplo, parálisis parcial y que, gracias a los avances tecnológicos serán capaces de conducir con el pensamiento. Y, por otro lado, y quizás sea ésa la razón principal, se trata de darnos cuenta de lo pobres que llegamos a ser los humanos mentalmente y de cómo podemos emplear la tecnología de forma activa para mejorar nuestras habilidades mentales.

¿Tan limitados somos los humanos?

¡Muchísimo! [risas] Para darnos cuenta, basta con comparar nuestras capacidades con la tecnología. Tomemos como ejemplo nuestros sentidos: apenas somos capaces de experimentar un cinco por ciento de las señales que nos rodean. La visión es el mejor de nuestros sentidos e incluso así es muy muy muyyyy limitada en lo que al espectro de frecuencias se refiere. En cambio, utilizando la tecnología podemos ver la luz infrarroja, la ultravioleta, los rayos X… Además, somos capaces de tener diferentes inputs sensoriales y no sólo uno, de manera que conseguimos una comprensión mucho más compleja y completa del mundo en el que vivimos. Pensemos ahora en nuestra memoria, que es sumamente pobre en comparación con la de las máquinas. O en nuestro sistema de comunicación. ¡Nos debería dar vergüenza! Sin lugar a dudas, el de las máquinas es mucho mejor.

¿Y si nuestros cerebros se colapsan con tanta información? ¿Y si no están preparados para asimilar toda esa cantidad de datos extra?

Nuestros cerebros son muy plásticos y se pueden adaptar para asumir nuevas posibilidades. Podemos exigirles más, desafiarlos, incluso aunque seamos mayores. Vivimos en un mundo tecnológico, en el que las másquinas se comunican de una forma mucho más rica, compleja y eficiente que nosotros; pensemos en internet. Y los humanos ya hemos entrado en contacto con esas potentes redes de comunicación y nuestros cerebros ya han entendido -aunque de forma pasiva- esas nuevas posibilidades de comunicación. Por eso, cuando les das la oportunidad de mejorar su actuación, se adaptan y asumen el reto. ¿Cuánto pueden asumir? Ésa es la gran pregunta. Quizás, si los empujamos demasiado podemos dañarlos, aunque sólo hay una forma de averiguarlo…

Afirmas que la tecnología puede ayudar a mejorar nuestro sistema de comunicación. ¿Cómo?

Si pensamos en lo que contienen nuestros cerebros, en las ideas, en los recuerdos, en los colores, en las imágenes, en los sueños que tenemos y después en cómo comunicamos todos esos pensamientos a otra persona, nos damos cuenta de que no somos capaces de verbalizar todas esas señales complejas que hay en nuestro cerebro. ¡No somos capaces de comunicar realmente todos esos mensajes a través del discurso! El lenguaje es un mensaje codificado limitado que alberga poco parecido con nuestros pensamientos originales. En cambio, la posibilidad de conectar directamente nuestro cerebro con el de otra persona y enviarle señales o mandarlas a un ordenador y al revés, abre muchas nuevas posibilidades de comunicación, no sólo en términos de lenguaje, sino también de colores, de imágenes, de conceptos, de pensamientos abstractos, de sentimientos, de emociones… Seremos capaces de comunicarnos en un sentido mucho mucho mucho mucho más amplio y rico de lo que hacemos ahora.

¿Nos resultará más fácil entendernos? ¿Evitaremos más de una discusión conyugal por malos entendidos?

Se producen muchos desencuentros incluso entre personas que llevan casadas muchos años y que se conocen muy bien. Aún tienen problemas de entendimiento, de comunicación. Una persona dice una cosa y la otra lo entiende al revés. Entonces se enfadan y se pelean por culpa de ese malentendido. Pero si tú, de hecho, pasas un mensaje simple y lo pones en contexto, con sus sentimientos y sus diferentes atributos asociados, entonces todo queda mucho más claro. La otra persona lo entiende, te responde, tú respondes y así. La comunicación, en el sentido de riqueza de intercambio de ideas, podría realmente dar un verdadero paso de gigante.

Podremos construir una red de cerebros.

¡Claro! Y la gran pregunta es cuán rica puede llegar a ser, cuánto podrá entender una sola persona las señales sobre los sentimientos y las emociones de otra persona. O si lo aprenderemos de foma automática o nos costará un proceso. ¡Pero eso resulta excitante! Tenemos ante nosotros la oportunidad de unir nuestras formas de pensar, de aprender una nueva forma de comunicarnos.

Y ahora, ¿llevas algún implante?

No, tengo que decir que actualmente soy una persona completamente ‘normal’. Estoy trabajando en el desarrollo de un implante computerizado cerebral. Intento hacer crecer un cerebro.

Extraemos neuronas de embriones de ratas, las cultivamos, las hacemos crecer y las introducimos en un cuerpo de robot. Nuestra investigación trata de crear cerebros biológicos para robots. También estamos intentando hacer lo mismo con neuronas humanas: obtener células nerviosas de embriones humanos, cultivarlas, hacerlas crecer e implantarlas en cuerpos de robot, de manera que en un futuro podamos tener robots con apariencia humana con neuronas humanas. El objetivo es investigar enfermedades como el Parkinson o qué partes del cerebro dejan de funcionar después de que una persona sufra un infarto cerebral. También queremos averiguar si podemos ampliar o potenciar nuestra memoria, si podemos aplicar neuronas nuevas para mejorar nuestras capacidades mentales, lo que supondría un gran avance para combatir determinadas enfermedades.

¿Existe alguna otra aplicación que no sea en el ámbito de la salud?

Por supuesto. Potencialmente, los robots podrían estar por toda la casa. Y, en lugar de ser meras piezas de tecnoloía, podrían convertirse en verdaderos cerebros biológicos, que pudieras tratar como si fueran amigos. En el ámbito militar hay muchas aplicaciones inmediatas. Seguramente, en los próximos 15 años, los soldados ya no irán a las guerras a combatir y a perder sus vidas. Los soldados de carne y hueso se reemplazarán por robots, por tecnología.

¿Como en la película Terminator?

Probablemente. De hecho, muchas de las cosas que aparecen en el cine puede que sucedan. En Terminator, máquinas inteligentes deciden que no les gusta lo que hacen los humanos y deciden tomar el control de la situación ellos mismos. Y creo, sinceramente, que deberíamos considerar esa posibilidad.

Glups.

Sí, es cierto, las películas como Terminator nos enseñan un futuro de terror para los humanos, totalmente bajo la tiranía de las máuinas. Pero aún estamos a tiempo a de redibujar ese futuro y de evitarlo. ¿Cómo? Pues actualizando nuestras capacidades humanas, ¡convirtiéndonos en ciborgs! No tenemos que darles la oportunidad a las máquinas de que nos causen daño alguno o de que nos traten como quizás les gustaría tratarnos…

O sea, que los replicantes de Blade Runner son más que posibles.

Muchos de los escenarios surgidos de la ciencia ficción son peligrosos y potencialmente posible. Por tanto, es lógico que la gente tenga miedo, sobre todo porque desconoce qué va a pasar. En cambio, para mí, resulta super excitante. Creo que tenemos que preocuparnos en su justa medida. No podemos decir: “Bah, es una película, eso no va a pasar”, porque no es sólo ciencia ficción. Y aunque estamos en nuestro derecho de estar asustados, tenemos que enfrentarnos a ese futuro potencial; también podemos mirar las muchas posibilidades beneficiosas y positivas que tienen los ciborgs: como ayudar a la gente con discapacidades, permitirles llevar una vida normal; potenciar nuestras capacidades, mejorar nuestra comunicación.

Hace un par de años, cuando desapareció la pequeña Madeleine de un hotel del Algaver portugués, propusiste implantarle un chip a los niños, una idea que fue muy polémica

Cierto, a las asociaciones de derechos de la infancia no les hizo demasiada gracia, no estaban demasiado contentas. Aunque creo, sinceramente, que hay un montón de padres a los que les gustaría poder tener esa opción. Se podría implantar un chip en el niño que proporcionara una cobertura razonable y que le indicara a los padres dónde está. Puede resultar muy útil en el caso de que el crío se pierda o lo secuestren, aunque también comporta muchas cuestiones éticas. ¿Es lícito que los padres sepan dónde está su hijo todo el tiempo?

En una discoteca de Barcelona, los clientes se pueden implantar un chip que funciona como una especie de tarjeta de crédito que va acumulando las bebidas que ingieren sus portadores.

¡Sí! ¡Lo he oído! ¡Es fantástico! Espero que me hagan miembro de honor gratis. Me encantaría que me hicieran miembro de oro o especial, que me enviaran una invitación especial por ser un ciborgs. La idea me parece muy interesante. Nunca antes pensé que los implantes pudieran servir para propósitos sociales, para salir de marcha y menos para un club nocturno.

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